"Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado. Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: !Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir."(Juan 11:41-44)
(Pintura de Juan de Flandes)
Así como Lázaro resucitó para la gloria de Dios, así tu matrimonio puede resucitar para Su gloria.Así como morimos con Jesús, así resucitaremos con El. Para que un matrimonio resucite lo único que tenemos que hacer es una RECIPROCA DONACION donde los dos buscan la felicidad del otro. El matrimonio, para ser trasladado a este grado sublime de la analogía de amor del Cristo-Esposo por la Iglesia-Esposa, supone evidentemente que los esposos tengan la misma actitud de Jesús, es decir, que acepten «crucificar su carne con sus pasiones y sus concupiscencias» (Ga 5, 24). El auténtico amor humano es reflejo del amor divino: entrega, donación, de una persona a otra. El amor es, en cierto sentido, salir de sí mismo, para vivir por otro y para otro. La paradoja del ser personal es ésta: la persona sólo se encuentra a sí misma saliendo de sí misma, viviendo en y para otras.
La única grave amenaza para la familia es la misma que tiene el amor. Esto es, el egoísmo, que lleva a centrarse en uno mismo, a encerrarse en sí mismo, a preocuparse de sí mismo, a vivir para sí mismo, en definitiva, a caminar contracorriente del amor. Vivir uno al lado de otro no basta para poder hablar de amor. Entregar "algo", por ejemplo, el cuerpo, no justifica el empleo de esta palabra tan grande: amor. Amor es dar no cosas sino darse la persona entera. Esto se realiza del modo más sensible en el matrimonio. Por eso es indisoluble, porque la donación es entera y sólo puede ser entera si lo es para toda la vida. No basta la atracción erótica, que anhela la posesión sin casi nada más. Esa atracción es superficial y egoísta. Sobre una base tan movediza no puede edificarse nada sólido.
Pero cuando se escoge a alguien como esposo o esposa, el enamoramiento se convierte en amor conyugal, comprometido, definitivo, dispuesto a sacrificios sin excusas. Sucede a veces que alguien se casa calculando mal; pensando: "¿esta persona me hará feliz según lo que yo quiero?". Pasados los años dice: "Ah, no me está haciendo feliz como yo quería, entonces dejo a esta pareja para buscar otra". ¡Pero eso no es el matrimonio! El matrimonio es aceptar a la otra persona para bien o para mal. Es incondicional, con cambios y todo. O se mantiene el concepto de amor permanente indisoluble o no hay entrega completa nunca. Cuando la hay, aunque parezca difícil, es posible resucitar el amor.
Para resucitar el amor de pareja necesitamos que los dos practiquen la humildad. La humildad reconoce el valor del otro cónyuge como lo que es; y permite lo que el orgullo o el egoísmo impiden: la dignidad de pedir perdón. Lo normal es que las murallas se desplomen con un "perdóname, estaba cansado, nervioso, no sabía lo que me hacía o decía...". Entonces, la otra persona reconoce --es preciso que así sea-- que también tenía parte de culpa, y vence a su vez el propio orgullo, y abre paso a la oportunidad de que se restablezca el amor. Humildad, perdón, paciencia, sufrimiento, sacrificio, reconciliación: Tú puedes resucitar tu matrimonio porque TODO LO PUEDES EN CRISTO QUE TE FORTALECE!
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