“El egoísta busca su propio bien; contra todo sano juicio se rebela” (Proverbios 18-1)
La palabra egoísmo se define como aquella conducta consistente en poner los intereses propios en primer lugar. Está impulsada por lo que se quiere y necesita, sin importar las necesidades de los demás. El egoísta espera recibir y no entregar, ser comprendido y no comprender, ser respetado y no respetar, ser tomado en cuenta pero no tomar en cuenta, ser mimado pero no mimar, no asume su responsabilidad, busca controlar, confunde las prioridades, critica y demanda sus derechos. Siempre está pensando en su individualidad, lo que quiere y necesita, le importa sólo las circunstancias que lo afectan y cómo atender sus propias necesidades.
Podemos deducir sin mucho análisis, que el egoísmo no puede vivir bajo el mismo techo que el matrimonio, porque la esencia del matrimonio es el amor y el servicio, y no precisamente a sí mismo, sino al otro. Cualquier conducta egoísta es tropiezo para alcanzar la felicidad de un matrimonio. Impide trabajar en la lucha por el bien común, no deja emprender nuevos proyectos que los beneficien e interrumpe el crecimiento y la madurez que debe alcanzar toda pareja.
El antídoto para combatir el egoísmo es el servicio dentro del matrimonio, o sea, poner la propia voluntad a disposición del otro y velar porque sean satisfechas sus necesidades, inclusive sacrificando las propias. Si un hombre y una mujer que se aman contraen matrimonio su deseo es HACER FELIZ AL OTRO. Cuando se divorcian lo hacen porque se quejan de que EL CONYUGE NO LO HACE FELIZ.
Qué difícil es convivir al lado de alguien que sólo piensa en sí mismo; pero qué diferente es la convivencia al lado de alguien que se preocupa por el otro y busca su bienestar y felicidad. ¿Qué es pues el matrimonio, sino el amar y servirse el uno al otro para alcanzar el crecimiento como "equipo" y fortalecer la unión?
Si quiero lograr ser servido primero debo servir, buscar el beneficio del otro para luego ser beneficiado. ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Cómo puedo ayudarte? ¿Cómo puedo alegrarte? Mientras más sirvo, más fácilmente le resultará a mi cónyuge servirme.
Jesucristo es el ejemplo del servicio por excelencia, aunque siempre fue igual a Dios, no insistió en esa igualdad. Al contrario, renunció a esa igualdad, y se hizo igual a nosotros, haciéndose esclavo de todos. Si el Hijo de Dios se hizo siervo, no hay impedimento válido para no serlo nosotros también.
“Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás” (Filipenses 2:4)
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