Vale millones! No tiene precio! Sobre todo en la relación de pareja, cuando la mayor parte de las veces, las dos partes creen que tienen la razón, que el otro es el equivocado, que el otro es el que tiene la culpa y que es el otro el que tiene que admitir su falta.
Cuando se piensa así, cuando ambos están ciegos a su propia responsabilidad en el problema, cuando nadie pide disculpas porque espera que el otro lo haga primero, cuando ambos se muestran obstinados y tercos como una mula, lo más probable es que el problema no se solucione, sino que por el contrario, se agrave. La actitud reacia al diálgo, la predisposición negativa, la amargura y el resentimiento son las peores consecuencias del problema inicial.
La persona que tiene una mayor elevación espiritual es la que suele pedir perdón primero porque posee mayor humildad y esto es una bendición. No importa si esa persona no tuvo la mayor parte de culpa en el embrollo. No interesa quién causó el conflicto. Lo que cuenta es terminarlo...y cuanto antes!...
Para ello, quien tiene mayor inteligencia emocional y elevación espiritual suele pedir perdón con palabras como éstas: "Discúlpame...me equivoqué...podrías perdonarme, por favor?"... Si estas palabras son dichas con sinceridad, basta y sobra para ablandar el corazón del otro (o por lo menos empezar a ablandarlo)...
El mejor de los escenarios se da cuando el hombre es el que pide perdón. Así se pone de manifiesto que él es el líder espiritual de su mujer, la cabeza de su hogar, predicando con el ejemplo, liderando en humildad y actitud de servicio. Un hombre de Dios no teme decirle a su esposa "Perdóname" y abrazarla en signo de reconciliación. Eso es lo que ella necesita. Eso es lo que su corazón reclama. Con una simple palabra dicha con sinceridad se inicia el camino del perdón. Y luego ella, muy probablemente, pedirá perdón a su esposo, completando el círculo virtuoso que él inició.
Un pequeño llamado de atención para todos: cuando pidan disculpas no justifiquen lo que hicieron o dijeron con el famoso "pero"..."Siento mucho haberte dicho eso pero es que me provocaste y no pude contenerme..." La segunda parte de la oración anula la primera. Nada justifica que gritemos o insultemos a nuestro ser amado. Nada. Ni siquiera que él o ella hayan empezado primero. Nuestra reacción debe ser calmada, tranquila, pacífica; la reacción de un verdadero seguidor de Jesús, el Príncipe de Paz.
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