Recuerdo que en una etapa de mi vida, entre la pubertad y la adolescencia, me pregunté sino habría sido más conveniente nacer varón. Porque la verdad sea dicha: vivimos en un mundo en el que los hombres tienen todas las de ganar. Sin embargo, conforme avancé en madurez emocional y espiritual, no solamente acepté el regalo divino de haber nacido mujer, sino que abracé mi feminidad con orgullo defendiendo, inclusive, mi vulnerabilidad.
Ya pasó a la historia aquel mito que nos calificaba como el “sexo débil”. La energía y resistencia femeninas maravillan a los hombres. Hemos sido dotadas con una alta inteligencia emocional que nos permite soportar las situaciones más difíciles sin dejar de ser consideradas y hasta amorosas con quienes nos rodean.
Podemos sonreír a pesar de estar llorando y cantar con los ojos inundados de lágrimas. ¡Y hasta reímos cuando estamos nerviosas! Tal vez lloramos demasiado, es cierto. Nos conmovemos con el éxito de nuestros hijos tanto como por sus fracasos. Nos emocionamos con la noticia del nacimiento de un bebé y no podemos controlar las lágrimas en la boda de un ser querido.
Nuestro corazón se parte ante la muerte del ser amado.
Y nuestra vulnerabilidad es un arma de doble filo. A la vez que nos expone, nos hace más fuertes. Las mujeres nos mantenemos firmes, salvando obstáculos, perseverando en mantener nuestros compromisos y lograr nuestras metas, y nos rebelamos contra la injusticia.
No aceptamos un “no” como respuesta cuando sabemos que existe solución para un problema. Nos sacrificamos al máximo con tal de mantener a nuestros familiares sanos y felices. Sabemos por experiencia propia que un beso y un abrazo pueden remendar un corazón roto o curar una herida. Hemos aprendido a amar incondicionalmente. Sobre todo las que somos madres.
Pero si alguien me pregunta cuál sería uno de nuestros mayores defectos, tal vez podría elegir el siguiente: Muchas veces, olvidamos TODO lo que valemos. Por eso, querida amiga, te dedico estas palabras de aliento: ¡Eres una mujer maravillosa, bella y bendecida! Levanta la frente, eleva los ojos al cielo en este mismo momento y dale gracias a Dios por la dicha de ser mujer.
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