Cuántas parejas encontrarían eficaz salida a sus conflictos, si oraran al Padre en el nombre de Jesús por la sabiduría del Espíritu Santo antes de abrir la boca para aportar en una discusión con su cónyuge. Conozco muchos cristianos que no viven en victoria porque no tienen relación alguna con el Espíritu Santo, porque no lo conocen.
A medida que cavamos más profundamente en la persona del Espíritu Santo, más maduramos en la fe. Jesús prometió a los discípulos que a Su partida iban a recibir al Consolador, el Ayudador, el Espíritu de la Verdad: el Espíritu Santo. Y la vida de los apóstoles se vio transformada poderosamente desde el momento en que lo recibieron (Hechos capítulo 2).
En el evangelio de Juan, Jesús dijo que el Espíritu de Dios tiene la responsabilidad única de amonestar y convencer a los incrédulos de su necesidad de un Salvador (Juan 16:8-9). Con un brazo extendido invisible, Él nos da un codazo cuando nos salimos del camino angosto y nos pide que consideremos nuestra conducta pecaminosa, colocando en nuestros corazones el ferviente deseo de andar en el camino de la santidad.
Los que han abierto completamente sus corazones a Jesucristo pueden identificarse con esto. Hay un sentido inquebrantable de estar en común acuerdo con Dios y una compulsión que nos consume por hacer las cosas bien para El. Es el papel del Espíritu que vive en nosotros, dirigiéndonos por el camino angosto que lleva a la cruz de Cristo.
Y cuando ambos esposos conocen a la persona del Espíritu Santo, su matrimonio se nutre de los FRUTOS DEL ESPÍRITU: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio.
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