En mi consulta privada suelo escuchar testimonios de hombres que se quejan porque sus esposas los quieren cambiar. "Me hace recordar tanto a mi madre", es una de las frases que más repiten. Cuando las damas justifican lo que a sus esposos tanto les desagrada, se disculpan aduciendo buenas intenciones. Y nadie duda que las tengan. Es probable que cuando era soltera, la misma falla o defecto de su novio, le parecía sencilla de corregir -gracias a su intervención- una vez casados.
Mientras tanto, los caballeros no desean ser cambiados. Muchos se resisten a que ello ocurra. Al marido le parece que si su mujer lo conoció así, sabía cómo era él antes de casarse, contrajo matrimonio aceptándolo tal y como era. Por qué la esposa no se da cuenta de esto? Porque fue diseñada para ser "la ayuda idónea" de su esposo y no hay nada que ella anhele más que ayudarlo a ser mejor. Y todos sabemos que al lado de cada gran hombre hay una gran mujer!
Pero las mujeres se toman demasiado a pecho su deseo de ayudar. Cuando no lo logran, suelen asumir dos posturas:
1) Se decepcionan, se desalientan, se quedan a su lado pero frustradas y amargadas, o
2) Pierden toda esperanza con respecto al posible cambio de su hombre y optan por dejarlo.
La diferencia con la mujer cristiana es que ésta última escoge esperar en el Señor, como dice Isaías 43:31, orando, meditando en Su Palabra y reconociendo que es Dios el único que puede cambiar a su marido.
"Los que confían en el Señor tendrán siempre nuevas fuerzas
y podrán volar como las águilas; Podrán correr sin cansarse
y caminar sin fatigarse." (Isaías 43:31)
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