Los pleitos de pareja son el caldo de cultivo para conductas y palabras destructivas.
Una cosa es vocear nuestra crítica a la forma en que nuestra pareja viene actuando y otra muy distinta es atacar frontalmente su carácter con insultos o palabras despectivas. Y esto no ayuda para nada a resolver el conflicto. Por el contrario, lo agrava.
Pongamos un ejemplo concreto. Si tu cónyuge llega tarde con frecuencia, es lícito decir algo como esto "siento que no consideras cuánto me incomoda que me dejes esperando tanto..." Esta manera de hablar enfoca el problema desde la perspectiva de lo que la persona perjudicada está sintiendo. Muy distinto es atacar con una frase como la siguiente: "Eres un desconsiderado que siempre me deja esperando!".
En este caso se está calificando a la persona, etiquetándola con el defecto de ser "desconsiderado" como un rasgo de su personalidad. Y la verdad sea dicha: Poca gente llega tarde a propósito, con el fin de molestar a quien espera.
La crítica deja de ser constructiva para pasar a ser exactamente lo opuesto cuando en vez de atacar el problema, lo que decimos ataca al otro en su esencia misma, en quién es como persona.
Los insultos, las palabras despectivas, el ataque frontal son como bolas de fuego que le tiramos al otro y no sólo destruyen la relación y a la víctima sino que también nos destruye a nosotros porque nos encerramos en un tipo de pensamiento tóxico que nos acostumbra a mirar el defecto en el otro y a sobredimensionarlo. No resulta difícil entender entonces por qué tantas parejas se quejan de que tanto ataque mutuo ha terminado acabando con el amor que se tenían.
Queda claro que lo que no debemos hacer es atacar la integridad y dignidad del otro, etiquetándolo con adjetivos calificativos que magnifican su lado negativo. Cuando hacemos algo tan destructivo como esto con frecuencia, lo más probable es que la otra persona termine convirtiéndose, precisamente, en quien quisiéramos que no fuera.
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